[ENSAYO] La crítica a la modernidad ha generado una profunda interrogación sobre los conceptos tradicionales de racionalidad y verdad en el ámbito de las Humanidades. Este proceso de desarticulación de nociones fundamentales no ha sido ni rápido ni uniforme, ya que implica cuestionar los cimientos epistemológicos y ontológicos sobre los cuales se ha construido la tradición académica. Es en este contexto de ruptura entre tiempo y espacio que surge el pensamiento posmoderno. En los capítulos 1, 2 y 3 del libro “Lento presente” de Hans Ulrich Gumbrecht, el autor nos guía en un viaje intelectual que abarca las dimensiones cruciales del tiempo histórico para realizar una crítica al escaso papel vanguardista que han desempeñado las Humanidades en la transición de la objetividad de la modernidad. Esta problemática también ha sido abordada por otros autores de la esfera anglosajona como Ethan Kleinberg, Joan Wallach Scott y Gary Wilder[1]; mientras que en el ámbito hispanohablante destacan teóricos como Moscoso, Palti, Cabrera y González de Oleaga[2]. Lo innovador en el enfoque de Gumbrecht es su señalamiento sobre la dilatación del presente, que coexiste con una sensación de aceleración provocada por los rápidos cambios tecnológicos. Sus escritos nos invitan a una reflexión esencial sobre el tiempo, el espacio, la historia y la experiencia humana en la era posmoderna, especialmente relevante para el historiador del siglo XXI.
Hans U. Gumbrecht argumenta que las humanidades han carecido de un papel reflexivo y vanguardista en medio del declive gradual de la racionalidad moderna. Esto se debe a que la academia ha proporcionado un entorno seguro que perpetúa ideas arraigadas en lo cotidiano, lo que a su vez ha resultado en la dilatación del tiempo histórico desde la década de los sesenta. Durante este período, las humanidades han buscado mantener una apariencia juvenil, pero en realidad han mostrado una pérdida de conciencia histórica en la era contemporánea. Esta falta de conciencia histórica ha hecho percibir al posmodernismo como una amenaza para la disciplina histórica, a pesar que la literatura, el arte e incluso la política han abandonado la búsqueda de objetividad y la aspiración por ser figuras de autoridad que guíen hacia un futuro predefinido. ¿Cuáles son las causas y consecuencias e implicaciones de que las Humanidades no cumplan un rol de vanguardia?
Dentro de las posibles causas, podríamos señalar la traslocación entre el pensamiento y el cuerpo, que interactúan en el espacio y el tiempo. Según Luhmann, el tiempo es la dimensión que permite la identificación de los objetos, ya que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. En términos simples, podríamos decir que el cuerpo necesita moverse en el espacio, y este movimiento se registra en el tiempo de la conciencia, generando un flujo de conciencia en dos direcciones. El primer horizonte, llamado retención, es como un eco de un recuerdo inmediatamente anterior a la experiencia vivida, mientras que el segundo horizonte, protención, implica la anticipación del presente inmediatamente próximo. Ambos elementos son esenciales para el conocimiento social y la comprensión de la realidad de la época moderna, la relación entre la retención y la protención, o si nos basamos en Koselleck[3], entre los espacios de experiencia y los horizontes de expectativas, nos llevaba a comprender el futuro como abierto y sin ocupar, lo que implicaba que siempre sería diferente al pasado. Esta visión de un futuro en constante transformación y progreso tuvo un impacto significativo en los estudios humanísticos, influenciando la manera en que se percibía la historia y el desarrollo humano.
En la actualidad, la estructura espacio-temporal se entiende como una relación entre el cuerpo y la conciencia, percibida como una unidad espacial y una diferencia en términos de tiempo. Esto implica que solo en la imaginación podemos ocupar el lugar de otro, no físicamente. Mientras que el presente se puede experimentar con el cuerpo y la conciencia, el pasado y el futuro solo pueden ser abordados a través del recuerdo y la conciencia. Con la llegada de la posmodernidad, la estructura espacio-temporal metahistórica comenzó a cambiar, aunque sus transformaciones no generaron cambios drásticos. Felipe Torres[4] sugiere que los regímenes temporales han homogeneizado la percepción de la temporalidad, creando una estabilidad a través de innovaciones y dispositivos en la vida cotidiana. La nueva estructura espacio-temporal tiene importantes implicaciones para nuestra comprensión del presente, pasado y futuro. En primer lugar, nos lleva a sentir que todo está potencialmente a nuestro alcance, lo cual sugiere una sensación de accesibilidad y cercanía a múltiples experiencias y lugares. Esta percepción se relaciona con la idea de que podemos movernos rápidamente y estar comunicados con diferentes lugares gracias a la tecnología, lo que disminuye las barreras temporales y espaciales.
Por otro lado, esta nueva estructura borra las fronteras entre diferentes temporalidades y espacios. Por ejemplo, las adaptaciones de películas o las reconstrucciones arquitectónicas pueden transportarnos a épocas pasadas o representaciones ficticias del futuro, difuminando las líneas entre el pasado, el presente y el futuro. Esta fusión de tiempos y espacios puede generar una experiencia de simultaneidad y multiplicidad de realidades, donde la percepción del tiempo lineal y la distinción clara entre pasado, presente y futuro se vuelven menos definidas. En resumen, esta nueva estructura espacio-temporal amplía nuestras posibilidades de experiencia y nos sumerge en un entorno donde las fronteras temporales y espaciales son más fluidas, lo que puede tener un impacto significativo en cómo percibimos y entendemos la realidad en términos históricos y experienciales.
La postmodernidad no se presenta simplemente como una etapa más en la sucesión histórica de épocas, sino más bien como una construcción filosófica e histórica que se ha desarrollado a partir de épocas anteriores que han llegado a su fin. En este sentido, el presente se ha expandido y dilatado, manifestándose como una amalgama de tiempos y espacios que nos rodean. Esta multiplicidad de realidades temporales y espaciales define la complejidad de la experiencia contemporánea, donde diferentes narrativas históricas y culturales convergen y coexisten, creando una especie de superposición de tiempos en el presente. El autor plantea que la posmodernidad no es simplemente una fase transitoria entre otras épocas, sino que ha inaugurado un ritmo de transformación histórica caracterizado por sucesiones de épocas cada vez más breves. Esta dinámica ha diluido la transición entre la modernidad y la posmodernidad, difuminando las fronteras que antes se percibían más claramente en la extensa modernidad.
Esta multiplicidad de tiempos coexistentes genera un embrollo en la experiencia contemporánea, donde la noción tradicional de espacio se ve difuminada por la experiencia corporal. Al mismo tiempo, el cuerpo humano ha adquirido una dimensión de deseo más prominente en la posmodernidad. Esta situación plantea un desafío para la comprensión de la realidad, ya que los cambios en la temporalidad y espacialidad crean una insuficiencia lógica que dificulta alcanzar los niveles de objetividad que anteriormente exigía la ciencia. La superposición de múltiples temporalidades y la pérdida de la percepción tradicional del espacio contribuyen a esta falta de claridad en la comprensión objetiva del mundo contemporáneo.
Gumbrecht identifica varias causas que contribuyen a la percepción dilatada del presente. Una de ellas es la falta de avances significativos en la filosofía, que ha experimentado un ritmo más lento en comparación con la generación anterior representada por Foucault, Derrida y Bourdieu. Este estancamiento se atribuye en parte a la falta de innovación de las nuevas generaciones, posiblemente debido a una carencia de coraje intelectual que resulta en un presente estancado o dilatado, alimentado por el temor de abandonar la búsqueda de una objetividad científica idealizada. Además, la percepción de un presente caracterizado por transformaciones aceleradas ha generado una sensación de fracaso, especialmente al no cumplirse las expectativas económicas y sociales proyectadas. Esta crítica se extiende al ámbito artístico, como lo señala el crítico musical Simon Reynolds[5], quien discute el estancamiento actual en la industria musical y la persistencia en el apego a elementos estéticos del pasado.
El tiempo histórico no ha generado nuevas transformaciones ni se ha salido de quicio como se entiende al leer a Koselleck. En cambio, representa un cronotopo específico que ha ido llegando a su fin, marcando un período de estabilidad meta-histórica en la cultura occidental que también está llegando a su conclusión. Desde la perspectiva de Koselleck, se observa una asimetría entre el pasado y el futuro, donde el tiempo histórico tradicionalmente ha llevado consigo la carga de aprender del pasado para proyectarse hacia el futuro, adaptando así las experiencias pasadas a las condiciones futuras. Esta concepción lineal de la historia implica un constante avance hacia adelante, buscando siempre mejorar y desarrollarse a partir de lo aprendido en el pasado. Pese a esto no se ha podido dejar atrás el pasado del holocausto o para el caso chileno el Golpe de Estado.
El estancamiento temporal e intelectual coincide con la caída tanto del Socialismo de Estado como de las humanidades. Esta coincidencia histórica puede explicarse en parte por la dependencia de ambos del historicismo como fuente de energía intelectual. El historicismo, a su vez, comenzó a confundir el tiempo con la historia, lo que generó una multiplicidad de interpretaciones y un vacío interpretativo dentro de ese periodo. Esta falta de estabilidad condujo a un cambio en los principios de comprensión del mundo, desplazándose hacia enfoques narrativos que permitieran reconciliar las diversas representaciones de un mismo objeto. En este contexto, las genealogías se vuelven fundamentales para mostrar que hay historias dentro de otras historias, lo cual abrió paso a disciplinas como la economía, la política y la cultura en su búsqueda por la innovación teórica y así poder observar a la humanidad en el tiempo. El sujeto se convirtió en un punto cartesiano que, desde su experiencia, podía observar los horizontes de expectativas. En este contexto, el historiador, como observador del pasado, tenía la responsabilidad de seleccionar las experiencias pasadas que servirían como base para las propuestas de un futuro transformador.
Lo anterior no se pudo sustentar debido a las múltiples perspectivas de observación para un tema histórico, el futuro del siglo XXI no estaba abierto a la acción y estaba amenazado por las consecuencias de acercar el pasado al presente, estas amenazas era el riesgo nuclear o los problemas medioambientales generando un ánimo depresivo sobre el futuro, llevando a que filósofos como Mark Fisher señalaran que había una lenta cancelación del futuro[6].
El presente se ha vuelto un escenario dilatado y rico en experiencias, donde el sujeto cartesiano ya no encuentra el punto de referencia óptimo. Si bien los avances tecnológicos han facilitado el uso del computador y sus programas para acceder a cifras y una variedad de valores, esta comodidad ha traído consigo una pérdida de la innovación en los planteamientos académicos. Antes, la elaboración de tesis, síntesis y especulaciones era el corazón de la producción intelectual, pero ahora se ha visto desplazada por la repetición de datos, esquemas y la constante contrastación de documentos. Este cambio se ha visto impulsado por la masificación de la información a través de medios de comunicación emergentes como los podcasts y el streaming, lo que ha reducido la autonomía y el distanciamiento necesarios para un análisis crítico de la realidad social.
El rol del historiador del siglo XXI por un lado es potenciar sus conocimientos del pasado como acceder y profundizar su reservorio documental pero también es volver a ser provocador intelectualmente, para esto se debe soltar al pasado del presente.
[1] Kleinberg, E., Scott J. W, y Wilder, G. (2018). “These on theory and history.
[2] Sánchez & Izquierdo (2008) “El Fin de los historiadores. Pensar históricamente en el siglo XXI. Editorial Siglo XXI
[3] Koselleck, R. (1993) “Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos”, Ediciones Paidós.
[4] Torres, F. (2022) “Temporal Regimes: Materiality, politics, technology. Routledge Taylor & Francis Group.
[5] Reynolds, S. (2014) “Retromanía. La adicción del Pop a su propio pasado”. Editorial Caja Negra.
[6] Fisher, M. (2014) “Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos”. Editorial Caja Negra. Pp.25-59.